Abro un catálogo. Una anciana ataviada de finas galas me sonríe pícaramente desde una fotografía. Bajo su brazo sostiene lo que parece ser un gran falo que acaricia con suavidad desde su férreo prepucio. En la página anterior y a través de la palabra me increpa:
-No es un falo, Maldonado. Eso es lo que dice la gente, pero es una cosa totalmente distinta… La obra se llama Fillette (1968). “Fillette” quiere decir “une petit fille” [chiquilla]. Si se quiere buscar algún tipo de interpretación, podríamos decir que es una pequeña Louise… Me daba seguridad.
La mujer, Louise Bourgeois en un blanco y negro de 1982 y desde el estudio de Mapplethorpe, puntualiza:
-Me la llevé porque la obra es más mía que mi propia persona.
Esta fue la primera imagen que se impuso en mi cabeza al ver la “erótica inversa” de Paloma de la Cruz, pseudofalos de cerámica ornamentados y de modelado vaginal.
-La obra es suya —de Paloma— y es su propia persona; su vulva, su falo. Le contesté a Louise, mientras Rrose Sélavy nos observaba. Proseguí:
-Y lo siento, querida Rrose, esto es algo que tu anatomía te impidió llevar a cabo. Únicamente te acercaste a tener una buena erección al recrear el acto performativo del Objet dard [Objeto-dardo].
Y, hablando del acto performativo, de la penetración, de la ocupación, de la invasión, de la impregnación, de la inclusión del barro, observo que es la sexualización del lenguaje lo que se torna complejo para mí. El lenguaje parece dilatarse como líquido intersticial; la vagina [sí, coño] se expande como herramienta, como una hendidura del cuerpo para generar objetos.
Cuando el barro entra en el útero, la vaina lo envuelve para desenfundarlo después, cual artefacto. Esto no lo entiendo como un acto reproductivo, como engendro, sino como vestigio del erotismo convertido en fetiche. ¡Amado fetiche! ¡Carne descarada! Tu crudeza pide cubrirse con ornamento textil.
Embutimos nuestros cuerpos fetichizando la carne, la sexualizamos y, de alguna manera, la adoctrinamos. Bataille afirma que el acto de amor y el sacrificio tienen un nexo: la revelación de la carne. Y en carne nos convertiremos al atravesar las puertas de la sala de exposiciones de la Facultad de Bellas Artes: un paisaje de azulejos decorados de flora nos envuelve; ligueros negros conectan el techo con el suelo generando arcos, las paredes gritan a través de la asfixia de un corsé… Nos adentramos en el bosque textil de Paloma de la Cruz.
-Empiezo a sentirme algo viscosa, Paloma. Pegajosa… ¡una víscera!
La ornamentación me persigue, me envuelve a cada paso que doy. Va atrapándome dulcemente como la enredadera que crece salvaje en el hogar mejor domesticado… En silencio. Me he convertido en carne, y tú lo harás. Sí, tú, en miembro amputado, en falo, en vagina…
Intenta relajarte, Vito. Cuenta hasta tres: uno, d o s, t r e s, y piensa que realmente el falo no es falo, no es vagina, no es una alteración del yo, es barro. Y aunque el barro se vuelva cerámica, no tiene sexo.