Como un fragmento de lo eterno, la resurrección de la carne nos vuelca hacia lo intempestivo de nuestra impropia in-fancia, el lugar sin lugar en el que vivimos”.

Rodrigo Karmy

 

Que la escultura ya no es lo que era, parece no necesitar explicación. Que la pintura se expandió por el espacio, tampoco es ya nada en lo que haya que insistir. Quizá, la única apreciación haya que hacerla con respecto a la cerámica que, desde antaño, ha aunado tanto el lleno como el vacío así como el dibujo y la pintura. También, ha sido herramienta de aquellos que han vestido espacios arquitectónicos, sus paredes y sus huecos, como muy bien puso de manifiesto Gaudí, hace ya más de un siglo, siguiendo el rastro de

alfareros y alarifes. Sin embargo, la disyuntiva entre las artes menores (como la cerámica) y mayores ha protagonizado muchos debates durante todo el siglo pasado. Por supuesto, no es el caso de Oriente que nunca ha tenido dudas al respecto. Precisamente

fue oriente quien nos enseñó a los españoles el digno ofició de la alfarería y el arte del alicatado, después de que griegos y romanos dejaran ya huellas del oficio cerámico. -En España, el oficio de la alafarería se ha mantenido al margen durante demasiado tiempo, el

hecho de que se haya producido esta discrimanción se  puede explicar observando en manos de quien se mantuvo: el pueblo, vencido y humillado, formado por moriscos y mudéjares. Ellos perpetuaron la práctica cerámica en los márgenes sociales y culturales.

A lo largo de la historia de occidente, ha sido el hombre el hacedor de la cerámica.

No será hasta las décadas de entre los 60 y los 80, que lo artesanal cerámico se inscriba como posibilidad para el arte occidental y con mayúsculas.

A lo largo de nuestra historia más allegada, ha sido el hombre el hacedor de la cerámica.

Sin embargo, Levi Strauss, en el libro La alfarera celosa, subrayó el carácter femenino de la arcilla, y de la mano que la conforma, a través de los mitos. Un ejemplo sería el de los shuar que afirman que “la dueña de la alfarería formó con arcilla los órganos genitales

femeninos”. Antes que Levi Strauss, Karsten ya había subrayado la equivalencia entre la mujer y la alfarería.

No será casual pues, que algunas de las primeras piezas-acciones de Paloma de la Cruz las realizara modelando con un hueco, pero no con el hueco de su mano, sino con el de su vagina. Lo informe, que es en su origen el barro, toma la forma de la vagina en las pequeñas piezas que resultan. Esto, bajo una lectura freudiana, se leería como deseo de una ausencia; se convertiría en la imagen del falo aunque solo sea de un fragmento, de un pedazo amorfo. Pero a Paloma no le interesa esta lectura, sino solo remarcar la fuerza

creativa de la vagina, su capacidad para dar vida.

Desde entonces, podemos decir que el hueco se ha convertido en el protagonista de la obra de esta artista, a la que le gusta llamarse escultora. Pero, ¿debemos centrarnos en la acción de esculpir? ¿o es el hueco lo que nos interesa? Para dar respuesta a estas preguntas, debemos recurrir a un nuevo verbo que nos regaló Pere Jaume, “desesculpir”, o acción de rellenar huecos, ya sea el hueco de una piedra o, en el caso de Paloma, el de una vagina, un bidé o el de los arcos de un claustro.

De arcos versaba una posterior andadura. Paloma se propuso transformar un espacio neutro en un cuerpo habitable. Su estrategia fue vestir una sala de exposiciones con ropa interior, alicatando paredes y sanitarios con dibujos de fina lencería de esmalte fijado al

fuego. Gigante ligeros conformaban arcadas. Incluso, tuvo la audacia de desvestir un cuerpo ausente que, evocado por una tela de cerámica arrugada y posada sobre el suelo, nos hizo imaginar algún tipo de delito carnal.

Así es Paloma, una persona capaz de transformar un trozo burdo de barro en una sutil ropa interior. Pero, de la misma manera, puede restituir su amorfa textura con calor y esmalte y hacer con él vendas sanguinolentas que recuerdan purulentas heridas y cuerpos doloridos. Este ha sido el caso de una de sus últimas exposiciones, cuya inspiración surge de la historia del lugar expositivo: La Térmica, recinto que fue un antiguo hospital de sangre para heridos de guerra. Esta anécdota histórica y su atracción por la luz que hace aparecer lugares, la indujeron a recrear la forma del reflejo del sol -que entra por los arcos del claustro del patio interior, sobre las losas hidráulicas que caracterizan dicho edificio- con esas extrañas piezas cerámicas teñidas de rojo.

Como venimos indicando, la artista malagueña trabaja como lo haría un alfarero y un alarife mudéjar o, mejor, una “alfarera alarifa”. Y, como no podía ser de otra manera, estos son los oficios que ha elegido para realizar las piezas de esta impresionante exposición,

tan esperada en Córdoba, la ciudad que ha sido el seno de tantos artesanos y artistas desde tiempos remotos; donde perviven numerosos oficios heredados de diferentes antepasados. Este cruce de culturas no ha pasado desapercibido para Paloma que, con pequeños gestos simbólicos y con grandes gestos surgidos de sus manos hacedoras, ha sabido aunarlas, no solo para regalarnos un deleite estético, sino, también, para poner en crisis nuestro pensamiento sobre cuestiones históricas.

Clausa corpora vuelve a tomar como protagonista al cuerpo, según  nos mienta la autora con este título. Se trata de cuerpos que surgen de la luz o, más bien, de la piel que se abre al mundo, pero que no puede expandirse. Cuerpos que son solo pieles enclaustradas por corsés de hierro. Cuerpos que ya no son cuerpos, sino símbolos

carnales; superficies sobre las que titila eso, la carne, que ocupa el lugar del hueco de un arco que la amarra; o que se encuentra fruncida, atrapada en una esquina. Y, como colofón, una de ellas se desliza hacia el suelo como materia tierna y huidiza que quisiera

escapar, tal vez del alma o, tal vez, como diría Michel Foucault, de las técnicas disciplinarias. Desde esta perspectiva más que de carne podríamos hablar de “excarnación” eliminando la posibilidad escatológica en sus dos acepciones.

Así, el icono corporal se va diluyendo en esta instalación casi iconoclasta. Y digo casi, porque a la entrada de la exposición hay un pequeño pañuelo de barro grabado con elegantes dibujos al esmalte. Esta pieza es muy diferente a las demás. Podría ser una cita a otras de anteriores exposiciones y, como aquellas, está abierta a varias lecturas. En una primera aproximación, pensaríamos en el pañuelo que portan las imágenes de la virgen

para secar sus lágrimas, máxime cuando la luz que lo envuelve enfatiza sobre ello. Pero también podría ser el pañuelo que seca la cabeza en un bautismo. E incluso, el que se

utiliza en los baños árabes para hacer las abluciones.

Se dice, que en las calles de la Córdoba musulmana había numerosos hammams construidos sobre termas romanas a los que acudían solo los hombres, ya fueran musulmanes, judíos o cristianos pero, pronto, se dio cabida a las mujeres gracias a que

se extendió la creencia de que el calor de los baños aumentaba la fertilidad. Tanto es así, que su prohibición por parte de sus maridos podía ser motivo legal de divorcio.

Estos baños no solo eran lugares para realizar rituales de limpieza y purificación, sino, también, un centro público donde reunirse para debatir sobre temas sociales y políticos.

Y, para las mujeres, el lugar de expansión que les permitía salir de su encierro doméstico.

Es por ello, por lo que me gusta pensar en estos baños cuando observo la sala de exposiciones suavemente iluminada. Aunque las luces que nos envuelve al entrar, y los

destellos de color que surgen de las piezas colocadas en alto en las paredes, recrean las vidrieras de las catedrales cristianas, el hecho de que los huecos estén alicatados con azulejos responde muy bien a un acervo cultural morisco. Además, a partir de su inauguración, la sala se convertirá no solo en un espacio para la contemplación, sino, especialmente, en lugar de encuentro donde las piezas serán las instigadoras del diálogo sobre estos y otros temas; algo así como una plaza pública, aunque cerrada, en la que

todo el mundo tendrá cabida. En definitiva, en algo parecido a un hammams, pero donde toda persona, sea del sexo que sea y sea de la raza, religión, cultura y clase social que

sea, está invitada a entrar y opinar.